

Seguramente si piensas en el vestuario básico de una bailarina de ballet te viene a la mente el tutú como prenda indispensable. Sin duda, es uno de los elementos más característicos de esta disciplina de danza, pero ¿qué sabes de él? Hoy te contamos la historia del tutú de ballet desde sus orígenes.
El tutú no surgió al mismo tiempo que la profesionalización del ballet, lo que ocurrió en Francia a mediados del siglo XVII. El primero se sitúa bastante más tarde, en 1832, y se asocia con la bailarina sueca Marie Taglioni, que lo utilizó por primera vez en el estreno de la obra La Sílfide. Al corte y diseño de ese primer tutú, consistente en una falda hasta los tobillos, ligera y vaporosa, se le denominó tutú de ballet romántico. Unas décadas después se incorporaría el llamado tutú de ballet clásico cuya diferencia es que es más corto y más rígido.
La ventaja de que la prenda sea más corta es que se puede apreciar mejor cada movimiento de las piernas y de los pies, que es algo que el público demandaba. Aparecieron también los tutús de plato y se empezó a jugar con otros tejidos y texturas hasta crear verdaderas obras de arte.
El origen de la denominación tutú
Hay varias teorías sobre el porqué se llama así esta prenda. Por una parte, se dice que deriva de tul, el tejido más habitual para confeccionarlo. Por otra, se habla de que proviene de expresiones francesas como pan-pan cul o, simplemente, cul. En cualquier caso, ha llegado a nosotros como un término familiar conocido por todos.
Técnicamente, el tutú tiene que responder al requisito de ser una prenda ligera, que permita un gran abanico de movimientos. Estéticamente, se han ido modernizando e incorporando al tejido elementos como encajes o pedrería.
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